Hace poco instalé en mi casa una nueva puerta automática para el garaje con la empresa Puertas Esma. Es curioso cómo funciona la cabeza, ya que al ver esto recordé mi viaje a Rumanía, donde toda la aventura comenzó también con una puerta.
Llegué allí con tres amigas y lo primero que sufrimos fue un gran timo para llegar al albergue donde nos íbamos a alojar. Un taxista nos ofreció un precio cerrado de unos cuarenta euros que entre las cuatro no nos pareció mucho a repartir, así que optamos por eso. Nuestra sorpresa llegó cuando nos fuimos y vimos que el trayecto de vuelta al aeropuerto era de escasos siete euros… Pero ahí comenzó nuestra aventura, en el albergue. Nos dieron una habitación y cuando llegamos a la misma, a diferencia de que ahora ocurre en mi garaje, no había puerta, ni llave ni cerradura ni nada. ¿Cómo íbamos a salir a la calle y dejar todas nuestras pertenencias en la maleta dentro de una habitación sin cerrar? Pues como todavía era mediodía, buscamos un hotel y nos fuimos.
Llegamos a un alojamiento en el centro de Bucarest, y fue curioso ver que en la ciudad existen hoteles geniales a un precio similar al de los albergues con convenio europeo. Así que el cambio fue para bien y solo perdimos la primera noche del albergue, ya que nos la hicieron pagar. Anonadada se quedó la recepcionista cuando le preguntamos si la habitación tenía llave y en vista de su respuesta afirmativa la cogimos sin llegar a verla.
Fue entonces cuando comenzamos a disfrutar de verdad de nuestro viaje por Rumanía. Creo que ninguna de nosotras esperaba encontrarse un país tan increíble. Era un lugar casi desconocido para este grupo de amigas que incluso eran fotografiadas por las calles por parte de los rumanos. Se ve que muchos turistas por allí no pasaban. A nosotras se nos hacían raras costumbres como entrar a desayunar a un bar a media mañana y que nos dijesen que no abrían la cocina hasta diez minutos después cuando volvían a tomarnos a nota, pero fuimos sobreviviendo.
Visitamos por completo Bucarest. Nos llamó la atención lo increíble de esta ciudad de contrastes que en aquella época de otoño-invierno se encontraba cubierta por un manto de nieve. La ópera, sus iglesias, el imponente edificio del Parlamento… No nos extrañó para nada que la llamasen la pequeña París. Había avenidas llenas de palacios, algunos ya en ruinas, que se podían comprar muy baratos. Vestigios de un tiempo previo a la dictadura. Cuando Ceaucescu se hizo con el control del país, tiró muchos de estos edificios y comenzó la construcción de feos bloques de viviendas que casi se podría decir que son colmenas.
De Bucarest decidimos salir un día a conocer los Cárpatos, pero hicimos una parada en el bello pueblo de Sinaia, del que también disfrutamos mucho de sus paisajes con la nieve. Nos paramos en este lugar porque es conocido por su castillo de Peles, construido por un rey del país. A raíz de esto, fueron muchos los nobles del lugar que decidieron comenzar a edificarse sus viviendas por esta zona, convirtiendo a esta aldea en casi una ciudad de cuento con castillos, montañas y su propia estación de esquí.
Hacía tanto frío ese día que con los pies mojados no sabíamos si volver hacia Bucarest o seguir hacia los Cárpatos, a la ciudad de Brasov. Decidimos que cogeríamos el primer tren, y ese fue el de destino hacia las montañas del Conde Drácula.
Allí volvimos a disfrutar de la divertida anécdota de coger un hotel simplemente por el filtro de que tuviese cerradura la puerta. Lo contratamos en el centro del pueblo, enfrente de la conocida como catedral Negra, una iglesia de las hermosas que he visto hasta la fecha. Brasov es una pequeña pero con encanto ciudad universitaria desde la que se puede hacer campamento base para la que fue nuestra siguiente visita: el castillo de Bran, el del Conde Drácula. Casi más mito que otra cosa, no deja de ser una edificación curiosa pero lejos de todas las películas que hemos visto. Dejaremos la historia de su verdadero morador para otra ocasión.
De allí regresamos a Bucarest y la última mañana la dedicamos a visitar el mar Negro, concretamente la bella ciudad de Constanza, otro de los descubrimientos, especialmente por su mezquita y por su casino, un edificio con forma de tarta que fue un regalo de amor de un noble a su enamorada.
En definitiva: Rumanía es imperdible.