Como es natural, el conocimiento psicológico es un hecho anterior al nacimiento de la psicología como ciencia. Las primeras muestras de inquietud a propósito de manifestaciones que en tiempos posteriores podríamos encuadrar dentro de los estudios de la psicología se establecen dentro de tres ámbitos particulares: el desarrollo de conocimientos a través de las vivencias prácticas, las creencias y fenómenos religiosos –la creencia en una vida ultraterrena, por ejemplo- y la necesidad de encontrar explicaciones a los grandes enigmas de la existencia humana, con el nacimiento y la muerte como acontecimientos principales.
El conocimiento práctico que el hombre adquiere por medio de desentrañar a través de la observación de sus semejantes –afectividad, deseos, conductas, manías-, forma parte misma de su condición. Un rasgo natural y necesario que conforma una cualidad que más define al ser humano y que, andando el tiempo, con su regulación teórica y metodológica, dará lugar a la existencia, por ejemplo, de un cuerpo de psicólogos o justificará el trabajo de los psiquiatras.
En su condición de elemento vital para la supervivencia del hombre dentro de un orden social y gregario, a lo largo de la historia diversas profesiones y desempeños que basan su razón de ser y sus pautas de actuación en esta misma estructuración colectiva de la sociedad humana –distintos entes políticos y religiosos, mandos militares, comerciantes, médicos, maestros, artistas…- han compuesto uno de los puntos de referencia esenciales para la paulatina confección de un corpus teórico que permita adentrase en las infinitas complejidades de la mente. No hay más que acudir a las obras de Sófocles, Boccaccio, Shakespeare, Cervantes, Molière o Dostoievsky para sumirse en las profundidades insondables de la condición humana.
En lo que se refiere al ámbito del fenómeno religioso, la creencia en un mundo ajeno a la realidad física queda al descubierto con los primeros vestigios de enterramiento: es decir, el intento de conservación del corruptible cuerpo del hombre para una posteridad incierta, que a duras penas se intuye. Además, el propio concepto de divinidad, desde sus formulaciones más primitivas hasta las más complejas, comporta un campo de actividad psicológica particular. A él pertenecen todas aquellas evidencias de interpretación de sueños y designios, la comunicación con lo divino y los difuntos, las diversas prácticas religiosas extáticas, los rituales, liturgias y supersticiones asociados a múltiples creencias, los ritos profilácticos incorporados como leyes y tabúes sacros… Sobre todo cabe destacar aquí la creencia en la existencia de un espíritu o un alma que es parte del ser humano pero al mismo tiempo comporta una entidad distinta a la realidad física del cuerpo, encarcelado en su interior, libre e intercambiable –la transmigración-, preexistente o eterno. Una concepción anímica que hallará en la filosofía griega su definitiva configuración filosófica, de la cual se empaparán los dogmas cristianos cinco siglos después y, a su vez, la religión musulmana.
En el lado contrario de este espíritu inmaterial, el hombre primitivo se planteaba al mismo tiempo numerosos interrogantes acerca de los misterios de la propia vida como hecho material. Incógnitas que, a lo largo de los siglos, por medio de la observación misma de la realidad, se han ido despejando de un modo u otro. Principios vitales asociados a la sangre, al aliento, a los humores… Un matiz físico que alcanza hasta el presente con la conocida tesis de los 21 gramos de peso del alma humana.
Asociada a la filosofía, la Grecia clásica será, como en tantas otras cosas, la madre de la psicología. En esta primera fase, que comprenderá hasta las teorías de Emmanuel Kant –precursoras de la denominada psicología de la forma-, se plantean las mencionadas cuestiones sobre el ser humano como ente con vida anímica y no solo material. La diferenciación que Sócrates y su discípulo Platón establecen entre mundo sensible y mundo inteligible, presentan al ser auténtico enlazado mediante el alma con el mundo de lo sensible, aparente y engañoso. Será Aristóteles quien se sumerja en la indagación de los procesos biopsíquicos de la vida, distinguida en tres modalidades: vegetativa, sensible y racional. Su obra ‘Para Psyque’ supone la fundación de un terreno todavía ignoto, pero en cuyas tinieblas comienzan ya a aparecer tímidas luces de conocimiento, muchas de ellas de gran validez y otras tantas, de modo inevitable, aún demasiado determinadas por concepciones muy fantasiosas acerca del Universo como un todo que incide de manera decisiva en la naturaleza y el comportamiento del ser humano.
Aristóteles define la vida a través de la psique, es decir, aquello que permite al ser razonar, percibir la realidad que lo rodea y ser consciente de ella. Sus escritos serán de gran influencia en los siglos posteriores gracias a su recuperación y traducción al árabe y el latín medieval.
Otro filósofo de gran relevancia en la formación de la psicología moderna será Santo Tomás de Aquino. En sus teorías acerca de la relación del ser humano con el mundo que lo rodea, Santo Tomás de Aquino distingue cuatro potencias del alma: la vegetativa, la sensitiva, la intelectiva y la apetitiva. La intelectiva es, comenta el filósofo y místico, aquella que define y diferencia al ser humano como ente racional, artífice de un entendimiento que, asociado también con su libre voluntad, permite al hombre, poseedor de alma intelectiva, acercarse a Dios.
En la Edad Moderna, la psicología se irá desligando poco a poco de la filosofía y del terreno de lo metafísico y religioso. Comienzan a hacer acto de presencia los estudios de tipo empírico. Por ejemplo, el francés René Descartes siembra lo que será un campo abonado para las conjeturas acerca de la composición de la realidad por medio de dos partes, la extensa y la pensante: una gobernada por principios mecánicos, otra fundamentada por la libertad.
El proceso de divorcio continúa en el siglo XVIII, cuando se prolonga el proceso de inmersión en el racionalismo. Según los dogmas del empirismo, el ser humano quedará descrito, en su naturaleza distinta de lo animal, como un conjunto de fuerzas, reacciones sensitivas y estímulos sensibles. La esencia del alma pierde primacía como objeto de estudio en favor de sus manifestaciones materiales, cuantificables y mesurables por medio de la experiencia. John Locke introduce aquí la distinción entre la experiencia interna, denominada reflexión, y su opuesto, la experiencia externa, etiquetada como sensación. Este enfoque empírico sentará las bases para la teoría de la asociación, que entreteje los datos de la experiencia con su interrelación de unas experiencias con otras. George Berkeley, padre del idealismo subjetivo, recogerá estas premisas para dar forma a la teoría de la asociación. Por su parte, David Hume introduce una matización en los conceptos: las sensaciones pueden ser reproducidas por la mente a través de representaciones, con la ligera alteración que aporta la fantasía o inteligencia del individuo, lo que da lugar a relaciones de semejanza, de contraste, de vecindad y de causalidad.
En el cambio de centuria, Johann Friedrich Herbart construirá el corpus de la psicología racional científica, cuya esencia se encuentra en la denominada mecánica de la conciencia.
El auge de las ciencias naturales en la primera mitad del siglo XIX y el desarrollo de las metodologías científico-experimentales contribuyen a cercar progresivamente los estudios psíquicos o psicológicos, mesurados a partir de datos obtenidos de experiencias de la conciencia, todavía entremezclados en muchas ocasiones con apuntes filosóficos y metafísicos.
En 1879, se funda en la universidad alemana de Leipzig el primer laboratorio de psicología experimental, incluido dentro de la rama científica de la fisiología. Su creador, Wilhelm Wundt eleva la psicología a la categoría definitiva de ciencia, presentando estudios acerca de la sensación y la percepción –no entra aquí la cuestión de la conciencia- extraídos mediante una metodología científico-experimenta. En sus ensayos, Wundt sostiene que lo físico y lo psíquico son dos dimensiones diferentes que, no obstante, pertenecen a una misma realidad, a un todo único. Dado que estos elementos psíquicos y anímicos son procesos fugaces, no sujetos a patrones constantes, requieren de la aplicación de un método experimental que trate de verificar hechos y establecer al menos una serie de leyes.
Estudiosos como Hermann Ebbinghaus y Alfred Binet abrirán el camino de la exploración de la memoria y la inteligencia, respectivamente. Ambos confeccionarían los primeros test que ayudarían a introducir un elemento de medida para ambas magnitudes, entre ellos el conocido Test de Stanford-Binet, un conjunto de ejercicios destinados a calcular el cociente de inteligencia de su ejecutor.
El austríaco Sigmund Freud y el psicoanálisis son posiblemente la personalidad y el término más asociados a nivel popular con la psicología. Según la definición de Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis en su libro Diccionario del psicoanálisis, esta corriente consistiría en:
A) Un método de investigación que consiste esencialmente en evidenciar la significación inconsciente de las palabras, actos, producciones imaginarias (sueños, fantasías, delirios) de un individuo. Este método se basa principalmente en las asociaciones libres del sujeto, que garantizan la validez de la interpretación. La interpretación psicoanalítica puede extenderse también a producciones humanas para las que no se dispone de asociaciones libres.
B) Un método psicoterápico basado en esta investigación y caracterizado por la interpretación controlada de la resistencia, de la transferencia y del deseo. En este sentido se utiliza la palabra psicoanálisis como sinónimo de cura psicoanalítica; ejemplo, emprender un psicoanálisis (o un análisis).
C) Un conjunto de teorías psicológicas y psicopatológicas en las que se sistematizan los datos aportados por el método psicoanalítico de investigación y de tratamiento.
La influencia de Freud, desarrollada, revocada y matizada, es evidente en posteriores escuelas como la psicología profunda o analítica de Karl Gustav Jung. Campo en constante evolución y cuestionamiento, a lo largo del siglo XX, nacerán diversas tendencias psicológicas que proponen diferentes conceptos de aproximación a la psique humana, como el conductismo o ciencia de la conducta -cuyo trabajo se basa en el estudio del condicionamiento psicológico a los estímulos-, la psicología de la Gestalt -que define el juego de estímulos y percepciones del ser humano como un todo indisociable-, o la psicología cognitiva –cuyo ámbito de estudio comprende los resortes básicos y profundos que producen el conocimiento del individuo, desde la percepción, la memoria y el aprendizaje, hasta la elaboración de conceptos y el razonamiento lógico-.